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Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/11/2016 - 12:00 am

La eficiencia de las grúas

El domingo pasado una grúa se llevó mi coche al corralón. Antes que nada, debo aceptar que fue mi culpa. El disco de no estacionarse estaba ahí, de eso no hay duda. Era una calle poco transitada, inocua, donde muchos otros automóviles estaban estacionados… De poco valen los pretextos. El disco estaba y yo cometí […]

Foto: Cuartoscuro
Foto: Cuartoscuro

El domingo pasado una grúa se llevó mi coche al corralón. Antes que nada, debo aceptar que fue mi culpa. El disco de no estacionarse estaba ahí, de eso no hay duda. Era una calle poco transitada, inocua, donde muchos otros automóviles estaban estacionados… De poco valen los pretextos. El disco estaba y yo cometí un error. Un error de quince minutos, en un sitio donde la presencia de mi coche estacionado no interrumpía la circulación, no afectaba a nadie, no bloqueaba el tránsito ni nada parecido. Inocua la calle, inocuo mi coche estacionado. Pero estaba el disco y la ley dice que, si me estaciono en uno de esos lugares, la obligación de la autoridad es remitirlo al corralón. De ahí que acepte mi culpa.

No sé si fue la suerte o el hecho de que fuera domingo. El asunto es que, a los cinco minutos de haber vuelto, ya sabía en qué corralón tenían apresado a mi vehículo (el lenguaje de la burocracia es contagioso). No quedaba lejos. Tomé un taxi mientras oscurecía. El horario de verano ya hacía de las suyas.

Confieso que fui atendido con diligencia y buen humor. Una amable agente de ¿tránsito?, me guio en el nada complicado proceso de recuperación del coche. Eso sí, tuve que ir a una papelería a un par de cuadras, imprimir ciertos documentos que tenía en mi correo y hacer muchas fotocopias. Algo que, supongo, entre semana habría sido más sencillo aún (el negocio de fotocopiado dentro del propio corralón ya había cerrado).

Mientras agradecía mi suerte (me habían permitido que mi mujer y mis hijos se subieran al coche durante el trámite), fui testigo de varias quejas. Eran otros automovilistas con sus vehículos capturados. Uno argumentaba que no era cierto: donde él se había estacionado no había círculo que lo prohibiera. Tampoco líneas amarillas ni nada parecido. Hasta fotos llevaba en las que, en efecto, no se veía nada de lo que él comentaba pero cómo confiar de su perspectiva. Otro más tenía un argumento más contundente. En el reporte de la grúa decía que estaba estacionado bajo un disco de prohibición. Era cierto. Lo aceptaba. El asunto es que, en ese mismo disco, se limitaba dicha prohibición a un horario que, en definitiva, no era aplicable a su caso. También llevaba fotos. De poco valieron sus razones. El procedimiento para estas quejas existe. El problema es que, mientras se falla a favor del quejoso, el coche se debe quedar encerrado. Ante esa perspectiva es difícil insistir en la razón.

En fin, yo pude sacar mi coche apenas una hora después de su rapto. Claro que tuve que pagar la multa pero ya tienen terminales para tarjetas de crédito. Así que, más allá del tiempo perdido, del costo, del enojo de mi mujer y el ligero aburrimiento de los críos, salí bien librado.

Si fue de ese modo es porque, bien visto, el sistema de las grúas y los corralones funciona bastante bien. Veamos: yo me estacioné en un lugar prohibido (sin importar que no afectara a nadie); en menos de quince minutos la autoridad ya había tomado cartas en el asunto; como yo había cometido una infracción, procedieron a castigarla como marca la ley, sin espacio a interpretaciones; el trámite para recuperar mi vehículo fue bastante claro y expedito; las personas que me atendieron en el corralón fueron amables; aprendí la lección: a partir de ahora tendré más cuidado para no cometer la falta.

En verdad, fue sorpresivo el asunto. La pregunta obligada es, entonces, ¿por qué no funcionan de la misma forma las autoridades que sancionan otras infracciones? Pensemos, incluso, que bien podrían pertenecer a la misma división o departamento (ignoro de quién depende cada una de las dependencias): los encargados del tránsito citadino. He visto, casi a diario, cómo se cometen infracciones. Van desde coches estacionados en vías primarias y doble fila, hasta microbuses pasándose los altos y contaminando más allá de lo que permiten las normas. Las faltas son flagrantes, cuando menos. No sólo eso, a diferencia de la que yo cometí, suelen afectar a terceros en muchos niveles.

¿Entonces? La verdad es que no lo sé. Me parece que durante un tiempo las grúas que llevan los coches a los corralones han estado concesionadas. Es decir, les dan un porcentaje del monto de la infracción. Ignoro si se sigue operando de esa forma. Sin embargo, de ser así, me parece que no es absurdo pensar en un sistema similar para el resto de las infracciones de tránsito.

Me queda claro que en un principio nos enojaríamos bastante. Sin embargo, poco a poco aprenderíamos a ser cautelosos. A no infringir las reglas porque nos significaría una multa, la pérdida del vehículo, el tiempo invertido en recuperarlo. Dicho lo anterior, no me parece una propuesta que deba ser descartada. Si el resto de las autoridades relacionadas con el tránsito vehicular capitalino actuara con la eficiencia de las grúas que remiten a los vehículos al corralón, transitar en esta ciudad sería, sin duda, menos caótico.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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